Fuente: Un debate entre Allen Frances y Robert Whitaker
Asociación Madrileña de Salud Mental
Allen Frances es un famoso psiquiatra norteamericano, Jefe del DSM-IV que, curiosamente, en los últimos años se ha convertido en el estandarte de la crítica al DSM-5 y al fenómeno de la masiva psiquiatrización de problemas normales. En la entrada anterior, precisamente escribimos una reseña de su último libro “¿Somos todos enfermos mentales?” en el que expone esta crítica.
Robert Whitaker es un periodista norteamericano que lidera en su país el movimiento crítico contra la psiquiatría biomédica. Cuestiona en particular la expansión de las enfermedades mentales y el papel que ha desempeñado la prescripción desaforada de psicofármacos promovida desde la psiquiatría oficial académica, como describe en su último libro: “Anatomy of an epidemic”. Además, Whitaker es el responsable de la página web http://www.madinamerica.com donde recoge textos muy interesantes sobre estos asuntos.
En diciembre se publicó en su página un interesante debate entre Frances y Whitaker que Mikel Valverde (psicólogo clínico del Servicio Navarro de Salud y que ya ha colaborado anteriormente en nuestra web) ha tenido la amabilidad de traducir.
4-12-2014 – Texto recogido de madinamerica.com
http://www.madinamerica.com/2014/12/debate-allen-frances-robert-whitaker/
Allen Frances escribe:
Recientemente he compartido dos debates con Robert Whitaker – en octubre en el Festival de Cine de Mad in America en Boston, y en noviembre en el encuentro de la Sociedad Internacional de Psicología y Psiquiatría Ética en Los Ángeles. Ambos fueron intensos e interesantes.
Bob y yo estamos de acuerdo en muchas cosas, pero no lo estamos acerca de cuáles son los problemas éticos y clínicos más importantes que se presentan en nuestro ámbito y lo que hay que hacer para resolverlos.
Voy a esbozar donde observo nuestros acuerdos y desacuerdos y expresar la esperanza de que podamos encontrar un terreno común más amplio.
1) Sobre el papel de la psiquiatría
Bob es uno de los críticos de la psiquiatría más elocuente y mejor informado, y sin duda el más influyente. Él considera a la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) como una organización poderosa y corrupta que es en gran parte la culpable de diseminar un modelo médico erróneo que ha extendido un tratamiento psiquiátrico inapropiado.
No soy defensor de la APA y he condenado con dureza su incompetencia y los conflictos de intereses financieros en la elaboración de un apresurado y mal realizado DSM 5. He recomendado que el DSM se convierta en un bien público, en vez de una publicación que fabrica dinero para la APA; que la APA ha perdido toda credibilidad como garante del sistema diagnóstico; y que debería abandonar la franquicia DSM hacia una entidad nueva más neutra, con una base más amplia, más competente, en vez de ser una entidad financiera interesada.
También estoy de acuerdo con la crítica de Bob en que la APA se alejó de su modelo original bio-psico-social y en su lugar ha promovido un modelo excesivamente biológico, un modelo médico de cuidados. Y estoy de acuerdo que ha llegado a ser demasiado dependiente del dinero de las compañías farmacéuticas – aunque esto ha mejorado considerablemente en los últimos años.
Pero disiento con la interpretación de Bob en que la APA es lo suficientemente potente y lo suficientemente inteligente como para haber vendido al mundo el modelo bio-médico y el tratamiento farmacológico excesivo. En vez de ello, veo a la APA como una organización desafortunada e inepta – ni muy potente y tampoco muy inteligente. El único poder real de la APA es el control del DSM e incluso esto es sobreestimado, ya que los daños debidos al DSM, en gran medida, se deben a su mal uso por poderosas fuerzas externas. La APA es un blanco fácil, pero inútil. Mantengo que se podría disolver totalmente la APA y el mundo cambiaría muy poco.
El verdadero gorila dentro de la habitación es Big Pharma. Las compañías farmacéuticas son ricas, poderosas, e inteligentes, y están muy motivadas para gastar miles de millones de dólares vendiendo enfermedades que impulsen el mercado de las pastillas. Las campañas de marketing masivo de Big Pharma han convencido al público y a los médicos que las aflicciones y los problemas de la vida diaria son en realidad trastornos mentales no diagnosticados y causados por un desequilibrio químico que requiere una píldora como solución. Algunas personas en la APA ayudaron a expandir este punto de vista, otras se opusieron – ambas fueron en gran medida irrelevantes. El músculo del marketing eficaz es con todo Big Pharma – en la televisión, en las revistas, en Internet, y con vendedores guapos en los despachos médicos. Y Big Pharma ha tenido éxito en conseguir que la mayor parte de la psiquiatría esté fuera de las manos de los psiquiatras –ahora el 80% de los medicamentos psiquiátricos se prescriben por médicos de atención primaria, a menudo tras la cita de 7 minutos para cada paciente, sin que los necesiten.
Bob y yo estamos muy de acuerdo con el objetivo de reducir el exceso de medicación, pero disentimos en el método. Él piensa que esto se puede conseguir sometiendo el poder de la psiquiatría. Creo que la lucha contra la APA es una distracción inútil. El único camino real y rápido para contener la locura de la medicación es acabar con toda la publicidad directa al consumidor de Big Pharma (permitida sólo en los EEUU y Nueva Zelanda) y de todo el marketing a los médicos. Esta estrategia que ponga fin a la propaganda del marketing funcionó para contener a la antes inexpugnable Big Tobacco – y también podría funcionar para parar a las grandes farmacéuticas y proteger a las personas de pastillas que no necesitan.
2) El papel de la medicación
Bob acepta que la medicación es necesaria en ocasiones, pero creo que ha leído la literatura de una forma unilateral, la que enfatiza los daños y minimiza sus beneficios. Bob cree que la medicación a menudo puede ser reemplazada por el empoderamiento y los enfoques psicosociales.
No podría estar más de acuerdo con Bob en que la medicación se usa con demasiado frecuencia en personas que no la necesitan, pero mi experiencia clínica, experiencia de investigación, y la lectura de la literatura me convencen de que tiene un papel fundamental en la estabilización de las personas durante lo que a menudo son episodios psicóticos agudos de riesgo y que también reducen el riesgo de recaída. Bob y yo coincidimos en que a mucha gente le va bien a largo plazo sin medicamentos, pero creo que esto es arriesgado y clínicamente es un argumento poco sólido contra de la medicación, para las personas que atraviesan un episodio agudo de psicosis.
Los testimonios de muchas personas que he conocido en Hearing Voices y en Mad in America es una evidencia convincente de que ellas mismas no necesitan la medicación que se les prescribió y les va mejor sin ella. Esto es consonante con mi propia experiencia en cientos de mis pacientes medicados – “des-prescribir” a menudo lleva a una notable mejoría. Pero esto no es generalizable a todo el mundo. No hay un molde para todos, y hay personas que necesitan desesperadamente la medicación y sin ella les va fatal.
Lo que nos lleva al que creo que es con mucho el problema ético mayor que confrontamos – el hecho de que al menos 300.000 personas con problemas psiquiátricos graves son inadecuadamente encarcelados y más de 250.000 están sin hogar. Estos no son delincuentes comunes, como Bob parece asumir. El cierre de 600.000 camas psiquiátricas durante los últimos 50 años, sin la provisión de servicios comunitarios adecuados y de vivienda, ha dado lugar a una criminalización salvaje de los enfermos mentales.
Esto se ha visto agravado por las políticas policiales de la “ventana rota” que se han extendido desde Nueva York a muchas jurisdicciones en todo el país. La teoría es que los delitos mayores se pueden prevenir mediante el aumento de la sensación de orden en la comunidad y que esto se hace mejor siendo riguroso y arrestando a personas que cometen incluso delitos muy leves. La carga afecta más gravemente a los enfermos graves que suelen ser detenidos por crímenes de molestia – que roban comida, gritan en la noche, duermen en un banco del parque – que fácilmente podrían haberse evitado si tuvieran un lugar donde vivir, servicios y el tratamiento adecuado.
La policía está obligada a ser la primera en responder porque los servicios son tan difusos. Saben que no hay que molestarse en llevar a los enfermos mentales a los hospitales porque no hay camas, no hay servicios, y sólo habrá una cita inútil en un futuro lejano. La cárcel parece la única opción y conlleva abusos coercitivos horribles. Y a veces el resultado es aún peor. Los policías tienen miedo de los enfermos graves psicóticos y agitados. Consecuentemente, con demasiada frecuencia, se usa el arma, a veces con resultado de muerte.
Así que de buena gana apoyo la cruzada de Bob contra la sobre-medicación cuando no es apropiada, pero me preocupa que pueda ser perjudicial si se extiende a aquellos que realmente necesitan la medicación para estabilizar los síntomas que de otro modo les llevarán a la cárcel o la calle. Mi presunción es que si Bob pasara tiempo en las salas de emergencia, cárceles, y con las personas sin hogar, probablemente estaría de acuerdo conmigo en los casos individuales. Siempre es más fácil recomendar en contra de la medicación en abstracto, que cuando se enfrenta a las personas que tienen crisis psiquiátricas en la vida real. Y todos podemos unir esfuerzos en apoyar una vivienda adecuada como un primer paso necesario y no controvertido.
3) El papel del tratamiento involuntario
Bob y yo estamos de acuerdo en el papel fundamental de empoderar a las personas con problemas psiquiátricos. He escrito durante 30 años sobre la necesidad de negociar las decisiones de tratamiento, lo que permite a los pacientes elegir lo que más les convenga entre todas las opciones disponibles. Tom Szasz, el valiente cruzado contra el tratamiento involuntario, estuvo totalmente certero cuando 650.000 personas fueron involuntariamente e inhumanamente almacenadas en hospitales estatales. Pero los tiempos han cambiado dramáticamente. Las cosas son muy diferentes ahora que el 90% de esas camas están cerradas y hay diez veces más pacientes en las prisiones que en los hospitales. Ahora es mucho más difícil conseguir entrar en un hospital que salir de uno. La estancia hospitalaria es en torno a una semana; en prisión puede durar años.
Y las condiciones carcelarias de los enfermos graves son degradantes e indignantes. Ellos no encajan bien con las rutinas carcelarias y desproporcionadamente consiguen ser enviados al régimen de aislamiento – que puede volver loco a cualquiera y es devastador para aquellos que parten de un juicio sobre la realidad comprometida. Muchos se golpean contra las paredes o se embadurnan totalmente con excrementos o son medicados hasta quedar como zombis. Hay 200.000 violaciones en prisión cada año – y los que tienen problemas psiquiátricos son los más vulnerables. Con frecuencia también son víctimas de abusos físicos.
Así que de buena gana apoyo el objetivo de Bob del empoderamiento, pero creo que su objetivo es equivocado. La coacción psiquiátrica fue una vez una amenaza abrumadora, pero ahora la lucha principal debe estar en contra de la cruel criminalización de la enfermedad mental y la coerción mucho más horrible que se desprende de ella. La coacción psiquiátrica rara vez es necesaria cuando hay servicios adecuados disponibles y debe ser usada sólo para prevenir la peor coacción impuesta de las cárceles.
Bob es probablemente demasiado modesto para reconocer que la suya es ahora una de las voces más poderosas del país, que influye en las actitudes y políticas. Mi súplica es que use su poderoso púlpito para abogar por las personas más vulnerables, desatendidas y coaccionadas en nuestro país – las personas con problemas psiquiátricos graves que están inadecuadamente encarceladas y sin hogar. Es triste decirlo, ahora son la policía y las asociaciones de sheriffs los mayores partidarios de una mayor financiación de salud mental para dar cabida a las necesidades desesperadas de los enfermos graves. ¿No deberían Bob y Mad in América reenfocar su atención a la experiencia coercitiva en la prisión y en la calle de hoy, verdadera y horrible, en vez de seguir librando una batalla contra la coacción psiquiátrica del pasado. Y en cómo ir tras el verdadero motor de más medicación – las poderosas compañías farmacéuticas que se benefician tan despiadadamente de la venta de fármacos.
Respuesta de Robert Whitaker:
En su post, Allen Frances plantea estos cuatro puntos para la discusión:
La importancia – o relativa no importancia – de la Asociación Americana de Psiquiatría y la psiquiatría académica en la creación del sistema de atención que tenemos actualmente.
El papel de los medicamentos psiquiátricos.
El encarcelamiento de las personas con enfermedades mentales y la falta de vivienda entre esta población.
El tratamiento involuntario.
Estos son temas extensos, que voy a tratar de cubrir de uno en uno.
1. El poder de la APA y la Psiquiatría Académica
Mi propio pensamiento sobre este tema durante los últimos años se ha refinando por el tiempo que pasé como participante en el Laboratorio de Investigación Edmond J. Safra sobre Corrupción Institucional de la Universidad de Harvard. El laboratorio, bajo la dirección de Lawrence Lessig, ha materializado un marco para la investigación de casos de “corrupción institucional” en nuestra sociedad, y he pasado los últimos dos años co-escribiendo un libro que analiza el comportamiento de la Asociación Americana de Psiquiatría – y la psiquiatría académica en los Estados Unidos – a través de este prisma. Mi co-autor es Lisa Cosgrove, profesora de psicología en la Universidad de Massachusetts de Boston que, entre otras cosas, ha realizado investigaciones sobre la influencia de la industria farmacéutica en la psiquiatría. Ha sido participante en el laboratorio Safra durante varios años.
En nuestro libro, que se titula Psychiatry Under the Influence: Institutional Corruption, Social Injury and Prescriptions for Reform –Psiquiatría Bajo la Influencia: corrupción institucional, Daño Social y Recetas para la Reforma– (que se publicará en abril), nos centramos en el comportamiento de la APA y la psiquiatría académica desde 1980. Este es el año en que la APA publicó la tercera edición de su Manual diagnóstico y estadístico, y este es el momento en que la APA adoptó un modelo de enfermedad para categorizar los trastornos psiquiátricos.
Esa fue una decisión nefasta, y ciertamente no fue tomada por las compañías farmacéuticas. La APA lo hizo por varias razones; hubo un impulso científico tras ese movimiento, pero también sirvió a los intereses de la APA como gremio, que ante los pacientes competía con otras profesiones, en aquel momento. Y como los autores del DSM III aceptaban, la mayoría de los diagnósticos del manual debían considerarse hipótesis, ya que aún tenían que ser “validados”. La idea era que la investigación finalmente demostraría que los diagnósticos enunciados eran enfermedades “reales”.
Sin embargo, una vez que la APA publicó el DSM III, comenzó regularmente a realizar campañas de “educación” diseñadas para vender este nuevo modelo de enfermedad al público. Y la historia que la APA llegó a contar fue esta: se conoce que los trastornos psiquiátricos son enfermedades del cerebro; los investigadores psiquiátricos estaban haciendo grandes progresos en la identificación de la biología de los trastornos mentales; estos trastornos eran a menudo “poco reconocidos” y “inadecuadamente tratados”, y los medicamentos para estos tratamientos eran bastante seguros y eficaces.
La historia del desequilibrio químico reunió todos estos elementos en una narrativa. La etiología de muchos de los trastornos mentales era ahora aparentemente conocida, y la psiquiatría tenía fármacos que corrigen esas anomalías, al igual que la insulina en la diabetes. Ese fue un relato que hablaba de un avance científico notable. Las compañías farmacéuticas luego explotaron esa historia para vender sus fármacos, pero fue la APA y la psiquiatría académica la que suministró legitimidad científica, y la historia que ampliaba el modelo de enfermedad.
Esta narrativa cambió fundamentalmente a nuestra sociedad. Más del diez por ciento de nuestros niños en edad escolar están ahora diagnosticados con un trastorno mental y actualmente uno de cada cinco adultos toman un medicamento psiquiátrico diariamente. Y todo esto podría estar muy bien si la historia del modelo de enfermedad comunicada al público se basara en la ciencia. Por desgracia, de hecho la ciencia cuenta una historia muy diferente.
La historia que señalaba la literatura científica era esta: la investigación estaba fallando en “validar” los trastornos DSM; la hipótesis de desequilibrio químico no había dado resultado; y la etiología de los trastornos mentales sigue siendo desconocida. El Prozac y los demás antidepresivos ISRS proporcionan poco beneficio respecto al placebo en las personas con depresión leve a moderada; los antipsicóticos atípicos no eran mejores que los antipsicóticos de primera generación. Mientras tanto, los estudios a largo plazo de los tratamientos farmacológicos para el TDAH, la depresión y la esquizofrenia fallaban en mostrar que los fármacos siempre son beneficiosos, con resultados de que los pacientes sin medicación en los estudios sobre depresión y esquizofrenia tenían mejores resultados que los pacientes medicados.
Esa es la “corrupción” que tanto ha dañado a nuestra sociedad: desde 1980, la APA y la psiquiatría académica no han cumplido con su obligación pública de decir lo que la ciencia revelaba acerca de su modelo de enfermedad. Como resultado, nuestra sociedad ha organizado el tratamiento de los trastornos psiquiátricos –y sus políticas y leyes en este ámbito– en torno a una historia falsa, una historia con un modelo de enfermedad que había sido validado y con unos tratamientos con fármacos muy eficaces y seguros. Mientras que la industria farmacéutica sin duda ha jugado un papel en trasmitir esa historia falsa, es la psiquiatría como profesión médica la que le dio credibilidad pública.
Por lo tanto, mi desacuerdo con Allen Frances en este primer punto. Él ve la APA como una organización desgraciada e inepta, y en buena parte algo así como un espectador inocente, ante la corrupción que surge de una poderosa industria farmacéutica. No sé si la APA debe ser considerada como una organización “desafortunada”, pero sé esto: nuestra sociedad ha considerado a la APA y a la psiquiatría académica, como la institución médica que debía regir socialmente nuestra forma de pensar sobre la asistencia psiquiátrica. Sí, la industria farmacéutica es una fuerza poderosa, pero es la institución médica la que es percibida como la autoridad de confianza por la sociedad. Y si nuestro sistema de asistencia está hoy en un embrollo, tras un fracaso que en última instancia se remonta a la APA y a la psiquiatría académica al contar una historia que benefició los intereses gremiales del campo, pero que no era un registro fiel de la ciencia.
Pero aquí es donde estoy de acuerdo con Allen Frances: la APA ha perdido su credibilidad como “garante del sistema de diagnóstico, y debería perder la franquicia DSM a favor de a una nueva entidad neutral, de base más amplia, más competente, y sin intereses financieros.” No puedo estar más de acuerdo. Nuestra sociedad necesita una nueva “fe pública” que nos de un nuevo “manual diagnóstico” para pensar acerca de los trastornos psiquiátricos. El manual DSM actual debe ser desechado (como escribió el director del NIMH Thomas Insel no hace mucho tiempo), y un nuevo grupo multidisciplinar debe asumir la tarea de elaborar uno nuevo.
2. El papel de los medicamentos psiquiátricos
Escribí sobre esto extensamente en mi libro Anatomy of an Epidemic – Anatomía de una Epidemia. Y este es mi desacuerdo con Allen Frances en este punto: No creo que el problema sea simplemente uno de “sobremedicación”, que hace que parezca que cuando las personas están “correctamente diagnosticadas” los fármacos proporcionan necesariamente un claro beneficio. Creo que la ciencia está diciendo a nuestra sociedad que los medicamentos no cumplen con ese estándar de “eficacia”, y por lo tanto el uso de estos fármacos necesita ser repensado en profundidad.
Aquí hay un resumen rápido de la base probatoria para los medicamentos psiquiátricos. En los ensayos a corto plazo, hay evidencia de eficacia de estos fármacos (por lo menos hasta cierto punto).
También hay gente a la que le va bien con ellos a largo plazo, y hay que hacer constar esto. Sin embargo, a largo plazo, creo que hay una clara evidencia en la literatura científica de lo siguiente:
Los antipsicóticos, antidepresivos y benzodiazepinas aumentan la cronicidad de los trastornos que suelen tratar, y aumentan el riesgo de que una persona se convierta en “incapacitada”.
Los estimulantes fracasan en suministrar un beneficio a largo plazo en los niños diagnosticados con TDAH, y por lo tanto, una vez considerados los riesgos, hacen más mal que bien a largo plazo.
El cóctel de medicamentos administrados a los pacientes bipolares se asocia a un notable empeoramiento de resultados a largo plazo, en particular en términos de funcionalidad en los pacientes.
Dada la base probatoria, creo que los protocolos para la prescripción de los fármacos debe cambiarse radicalmente. El protocolo para el uso de antipsicóticos en el enfoque del Diálogo Abierto (OD) en el norte de Finlandia suministra un modelo a imitar. Tratar de minimizar el uso inmediato de los medicamentos en los casos de primer episodio (y así emplear otros tratamientos no farmacológicos primero), y si se utilizan fármacos, tratar de minimizar el uso a largo plazo. El protocolo en el norte de Finlandia se describe mejor como un protocolo de uso selectivo, que ha producido resultados notablemente superior al nuestro, y por lo tanto hay una justificación “basada en la evidencia” para usar los medicamentos de esta forma.
Allen Frances escribe que piensa que “leí la literatura” de una “forma unilateral que enfatiza sus daños y minimiza sus beneficios.” Aquí está lo que la psiquiatría puede hacer para demostrar que es así: puede señalar la investigación que muestre que los medicamentos mejoran los resultados a largo plazo, y mejoran el funcionamiento de la gente tratada. Publiqué Anatomía hace cinco años, y todavía estoy esperando conocer tales pruebas.
Frances también escribe que la solución a la “sobre-medicación” del pueblo estadounidense es parar los anuncios directos al consumidor y el marketing de la industria farmacéutica a los médicos. Este sería un buen paso, pero creo que la verdadera solución sería que la APA y la psiquiatría académica incorporaran los datos de los resultados a largo plazo en sus pautas clínicas de cuidados. Si lo hicieran, creo que encontrarían razones de peso para alterar dramáticamente sus protocolos para la prescripción de estos fármacos.
3. El encarcelamiento de las personas con enfermedad mental (y el problema de las personas sin hogar)
Casi no sé por dónde empezar aquí. Creo que nos falta aún un lenguaje para poder discutir este problema de una manera precisa.
En primer lugar, empecemos desde una perspectiva amplia. Los EEUU encarcela a sus ciudadanos en una tasa mayor que cualquier otro país en el mundo (según un estudio de 2013.) Somos el cinco por ciento de la población mundial y, sin embargo nuestros ciudadanos presos son el 25% de la población mundial de todos los presos. Así que el problema que estamos hablando aquí no es sólo el “encarcelamiento” de los “enfermos mentales”, sino el problema de una sociedad que encarcela a las personas en una tasa grotesca.
En segundo lugar, el término “enfermo mental” es hoy un término tan vago, e impreciso que carece de cualquier significado real. La APA, a través de su DSM, ha puesto en marcha este tipo de definiciones extensas de “trastornos psiquiátricos” que más del 30 por ciento de los estadounidenses, se dice, sufren un episodio de enfermedad mental cada año. Comportamientos no deseados – trastorno de oposición desafiante y TDAH en los niños, abuso de sustancias en adultos, etc. – llegan a clasificarse como enfermedad mental. Dadas estas definiciones, se podría suponer que un alto porcentaje de las personas que están en cárceles y prisiones, se podría decir, sufren de enfermedad mental diagnosticable. De hecho, es difícil imaginar que hubiera muchos presos que no encontraran un diagnóstico DSM. Mi posición aquí es la siguiente: cuando oímos que nuestras cárceles y prisiones están llenas de “enfermos mentales”, sinceramente, no sé que significa esto.
Sin embargo, no me cabe duda de que hay gente “mentalmente perturbada” en cárceles y prisiones, y que muchos llegaron allí por delitos de “molestia”. Pero, dada la definición imprecisa de “enfermedad mental”, no creo que tengamos una idea precisa de cuantas personas estamos hablando. Sería bueno ver la investigación que analice cuántas personas fueron diagnosticadas como “enfermo mental grave” antes de ser arrestadas.
Además, cualquier investigación sobre este problema debe considerar estas dos cuestiones. Muchas de nuestras prisiones hoy están bajo regímenes muy duros. Los presos son aislados durante largos períodos de tiempo. Dicho tratamiento podría convertir a la persona más sana en loca. En parte ¿es esta la razón por la que tenemos tantos “enfermos mentales” en la cárcel? Además, quienes dirigen las prisiones saben que si los presos son diagnosticados como enfermos mentales graves, hace que sea posible ponerlos bajo antipsicóticos, lo que hará que los internos sean más fáciles de manejar. En parte ¿se debe a esto qué oímos que tantos reclusos son enfermos mentales?
En tercer lugar, la preocupación de la psiquiatría sobre el encarcelamiento de los enfermos mentales está siendo usada por los defensores del tratamiento ambulatorio forzoso como un caballo de Troya. Los defensores del tratamiento forzoso en centros ambulatorios (como el Centro en Defensa del Tratamiento – Treatment Advocacy Center) argumentan que el tratamiento farmacológico forzoso impedirá a los enfermos mentales terminar en la cárcel, y por lo tanto su legislación, que en realidad es un freno a los derechos civiles de los ciudadanos de forma profunda, viene envuelta con un ropaje retórico “humanista”. Si vamos a tener un debate social honesto acerca de la pena de cárcel a los “enfermos mentales”, entonces debe estar completamente desvinculado de esa agenda legislativa.
De hecho, se puede elaborar el argumento de que el creciente encarcelamiento de “enfermos mentales” es otro ejemplo de cómo nuestro paradigma asistencial basado en fármacos ha fracasado. El uso de medicamentos psiquiátricos en nuestra sociedad se ha disparado en los últimos 25 años; existe una gran presión social sobre las personas con diagnósticos de esquizofrenia o trastorno bipolar para que tomen sus medicamentos; y sin embargo, ahora encontramos este problema de cientos de miles de “enfermos mentales” en prisiones y cárceles.
Sin embargo, estoy de acuerdo con Allen Frances en este punto: cualquier esfuerzo para rehacer la asistencia en salud mental en este país tiene que incluir un enfoque sobre lo que se puede hacer para ayudar a la multitud de personas pobres y personas privadas de sus derechos que presentan estados de sufrimiento emocional en las salas de urgencia y en los albergues para los sin techo, y la posible vía de muchas de esas personas hacia cárceles y prisiones. Pero, en mi opinión, si queremos encontrar una solución, debemos centrarnos en proporcionar vivienda, apoyo social y empleo, que ayude a las personas a llevar una vida con significado. Si queremos reducir el número de personas enfermas mentales en la cárcel, entonces debemos centrarnos en reducir la pobreza en este país. Sustancialmente aumentar el salario mínimo sería, sin duda, un buen primer paso para abordar este problema.
En resumen, el tratamiento farmacológico forzoso no es una respuesta al problema de la “prisión”; la creación de una sociedad más justa y solidaria lo es. También creo que podemos tomar prestada una página de los cuáqueros a principios del 1800. Ellos construyeron asilos de terapia moral para la “locura”, con la idea de que este tipo de refugios – donde las personas podían estar cerca de la naturaleza y eran tratados de forma amable y humana – podría, con tiempo, ayudar a muchas personas a recuperarse. Tales lugares sin duda sería una buena alternativa a las cárceles y prisiones, donde los reclusos hoy pueden permanecer aislados durante 23 horas al día.
4. Tratamiento forzoso
No creo que “la coerción psiquiátrica”, como escribe Allen Frances, sea sobre todo una cosa del “pasado”. Creo que la coerción psiquiátrica, en formas sutiles y menos sutiles, es más problema que nunca. Tenemos la coerción sutil que se produce en las escuelas, cuando los maestros y administradores urgen a ciertos padres para que sus niños sean tratados por TDAH. Tenemos la dramática expansión de la prescripción de antipsicóticos en situaciones en las que básicamente hay un déficit de consentimiento: desde los niños en situación de acogida hasta los reclusos; en los pacientes “mentales” en los hospitales; y en los adultos mayores en las residencias de ancianos. Por último, tenemos la aprobación de leyes estatales de tratamiento ambulatorio forzoso que, en esencia, obligan a las personas a tomar medicamentos antipsicóticos.
De hecho, desde la popularización del diagnóstico de TDAH y la llegada de los antipsicóticos atípicos, la coerción psiquiátrica ha estado funcionando en nuestra sociedad, tanto es así que se cierne como una nube sobre nuestra sociedad hoy en día. Tal coacción es un indicador de una sociedad temerosa, menos libre, y por lo tanto si queremos enumerar las importantes batallas para librar hoy, yo diría que la lucha contra la expansión de la “coerción psiquiátrica” debe estar en la parte superior de la lista.
Estoy agradecido a Allen Frances para agitar esta discusión o debate. En esencia, va al corazón de lo que estamos tratando de hacer con madinamerica.com, que es llevar estas cuestiones fundamentales a la luz, con la esperanza de que sean mejor conocidas por el público.